Anécdotas de la vida social en La Escondida (Auca Mahuida), lo mas poblado del departamento de Añelo por muchos años en las épocas del auge minero. Antes de ir muriendo poco a poco luego de la trágica explosión de 1947, tenía una intensa vida social. También había fiestas y se conmemoraban los días patrios, tanto de Argentina, como de Chile. Historias de esfuerzo y sacrificio en un entorno para nada amigable. Los camiones y sus viajes a Barda del Medio a dejar el Carbón (La Rafaelita). El teléfono a “pilas” y los refugiados Nazis, son algunas de las historias que rayan la leyenda o la incredulidad.
Sumilda de Huichacura, (90) cuenta sus experiencia de vida casi desde el principio:
“Antes vivíamos en el campo en… como se llama la estancia Sotela (sic) y yo vivía y trabajaba con él tenía 2 chicos y en el campo no hay trabajo, salvo los animales y él trabajaba de balsero, entonces un día vino acá a Neuquén y estaban tomando gente en la mina, eran unos hombres de Cipolletti que se llamaba Ivanoff, un polaco no sé lo que era que eran muy amigos… y bueno así que se fue pa’ allá (sic) para la mina… y yo no sabía nada desde cuatro meses que no sabía de él, se fue y nunca más volvió y un día llegó a la casa, llegan con ese gringo Ivanoff a buscarme, que él había conseguido trabajo y estaba trabajando… y bueno…me fui con él…y ahí estuvimos, quedamos en la mina…y esas fotos (señala las fotografías) que quedan en esas roquitas…esas fueron las primeras…ahí vivíamos, ahí vivimos unos cuantos años, tres ó cuatro años y esas fotos la sacaron los del sindicato…”
“Cuando yo recién llego, se venían los obreros a buscar agua al puesto Carrizo, asía la madrugada cuatro o cinco baldes de agua porque a esa hora corría agua en el Carrizo, en la madrugada después de la diez no había, se cortaba y allá nosotros en ese ranchito teníamos una bordelesa de esas que salían antes, de vino…vió?(sic) unas de esas tenía que durarnos dos semanas para lavar, para tomar agua, para todo porque había mucho campamentito como éste, había montones, que la gente tomaba agua de eso, pero era salada el agua…”
“Para calefaccionarnos, nos tiraban leña…así iban los camiones, iban a cortar leña y nos llevaban leña y cuando no, nosotros nos faltaba la leña, después íbamos con mi marido y traíamos cada cual su atado de leña que los duraba toda la semana. Y para cocinar, también cocinábamos a leña, no había gas, no había nada… lo único que se usaba con el carbón eran los baños adonde la gente se bañaba, alimentaban las calderas con ese carbón, pero nada más, todo con leña, porque leña había muchísima, esa leña de mata sebo, leña buena, así que con eso nos calefaccionábamos…”
También había fiestas y se conmemoraba días patrios, tanto de Argentina, como de Chile:
“Eran chilenos, el dueño hacían sociedad con un inglés así que nosotros… lo que sé es que era chileno porque pa’ la fiesta de setiembre (sic) hacía asado, dieciocho de septiembre, para las fiestas patrias, así que le daban ahí abajo, de…en el bajo adonde llamamos el bajo nosotros, adonde estaba el almacén, adonde vivía el encargado… ahí hacían un entablado grande de madera, como cincuenta metros cuadrado de largo y ahí se bailaba…”
“A veces, bajaban cargueros, mulas, en mulas bajaban con sandías, durazno, choclos, todo eso que traían de allá…del Colorado pareciera ¿si? del colorado…como era que se llamaba ese hombre…tendría burros de carga, el sabía traer así cuatro o cinco mulas cargadas con durazno, sandía, choclos, de todo, frutas de verano, era muy lindo ver llegar eso…”
Los viajes se hacían tanto para la provisión de alimentos, como el transporte de Rafaelita, en camión, los cuales se les dificultaba mucho en el tramo de los Barriales, cuando llovía, porque quedaban a mitad de camino. Sigue contando Sumilda:
“Si, cuando llovía o nevaba era terrible, no podía salir ni entrar, si, hubo una época que tuvieron que ir a repartir, este… traer víveres en un helicóptero por ejemplo harina, todo lo que se necesitaba ahí. Hubo veces en que venía un helicóptero militar, porque los camiones no entraban, aparte habían barriales, ahí quedaban la hilera de camiones no podían pasar más adelante…”
Cuenta Arturo López Zamora, poblador de Barda del Medio y acompañante de su padre en los viajes a la mina:
“Eran unos camiones ingleses…esperate (sic)…no me acuerdo muy bien y no quisiera mentirte…un motor impresionante…como de aquí a…bueno, vos estas grabando, pero para que la gente se imagine, de la distancia que separa de donde estoy yo, vos me estas grabando, casi 70,80 cm…pero….porque eran camiones que se adaptaban para esos caminos intransitables…que después se empezó a transitar ya con…porque era el auge, la mina auca Mahuida era el auge del progreso…”
Cuenta Argentino Montero, empleado de los últimos años de la Compañía.
“Era muy sacrificado, vos salías en los camiones de acá y no sabías si volvías, o estaban rotos en el camino muchas veces… porque no había comunicación ni nada. En los últimos años, en los 70 todo se manejaba por la policía en Rincón (por Rincón de los Sauces) cuando había algún problema…yo tenía la comunicación…pero en sí viste, siempre se trabajó, se trabajó y se trabajó, nada más…es mucho sacrificio, es mucho sacrificio, yo te digo que el que trabajaba ahí es porque tenía voluntad y ganas de trabajar, porque si no…”
Las anécdotas de aquella vida quedan reflejadas en testimonios orales, como la de Juan Evangelista Hernández, quien trabajó 32 años en la mina. Su relato que nos llega cuenta:
“A los diez años me fui de la casa y empecé a trabajar, porque mi viejo era malo, me trataba mal, me daba con lo que tenía. Así que me fui a descartar carbón, alquilaban pibes para embolsar. Cuando tenía 18 años me mandaron abajo, ya me podían tener como correspondía, ya vivía en la mina”.
Otra de las historias asombrosas de aquella vida, es el misterio del “teléfono a pila” que tenía la administración de la mina y cuyo objetivo era comunicarse con el almacén de ramos Generales “La Fortuna” de Amado Jacobo, en Barda del Medio. Cuesta creer semejante historia sabiendo que no había postes telefónicos en aquellos años, mucho menos a 150 kilómetros de distancia, pero es lo que asegura el Sr Arturo López Zamora:
“Y en la Mina Auca Mahuida el administrador (Chahan Piranián) que le decían el turco, tenía un teléfono que, ojalá lo pudiéramos tener en algún museo… a pila…que se lo proveyó la firma Menéndez Behety, bueno, se comunicaba a Barda del Medio con la firma de Amado Jacobo era un teléfono…pero inmenso, unas pilas así…como te podría decir comparar con una máquina actual…vos le dabas vueltas, sonaba ahí y estaba a lo mejor diez minutos pero se comunicaban…yo era muy pibe, te imaginás que no ibas a andar preguntando como era eso, pero la cosa es que la Mina Auca Mahuida tenía su comunicación telefónica con la casa de Amado Jacobo, que me contás?…”
Ante este tipo de afirmaciones un investigador solo puede transcribir las palabras, aunque cueste creer que hubiera una comunicación de este tipo en aquellas lejanas épocas. Pero si estas anécdotas son curiosas, también las hay más interesantes y cuentan que una vez finalizada la guerra, muchos Alemanes aparecieron por la mina y probablemente hubieran sido nazis buscando refugio en aquellas lejanas latitudes. Esto pudo haber sido cierto por dos razones. La primera es que en este tipo de campamento se aceptaba a cualquier individuo que quisiera trabajar, (aunque tuviera algún prontuario dudoso) y segundo porque existieron pintadas y grabados de la cruz esvástica en las cuevas de La Escondida. Esto es sospechoso ya que mucha gente de origen Alemán e inglés, eran técnicos y capataces, venidos desde el Alto valle de Río Negro y Neuquén donde existía una gran colectividad Alemana viviendo en chacras y zonas rurales. Prueba de ello es la cantidad de testimonios y fotos en la década de 1930, en las chacras de la ciudad de Cipolletti y Cinco Saltos, donde por otro lado, existía un periódico llamado “Der Bote” de origen nazi para los germanos parlantes del Alto Valle de Río Negro y Neuquén. No era de extrañar entonces que algunos Alemanes adherentes a las ideas nacional socialista (cuyo inicio de gobierno fuera en Enero de 1933) hayan recalado más tarde en la mina con estas ideologías, si tenemos en cuenta que las mismas iban en contra de los comunistas, socialistas, y sindicatos. Por otra parte la persecución posterior a la Segunda Guerra de todas las personas que adherían a este partido eran buscados e investigados, por lo que un lugar como una mina de carbón lejos de todo, era un buen escondite. Otra de las razones es que en aquellos tiempos, una persona o alguien que haya dibujado ese símbolo en una época donde pocos sintonizaban las ondas de radio, no deja de ser un dato curioso. Lo cierto es que no solo en esta mina existieron trabajadores Alemanes, sino en otras al Noroeste del territorio, como la TUNGAR, o en reparticiones Nacionales como Yacimiento Petrolíferos Fiscales, (YPF) o la Dirección de Meteorología, Geografía e Hidrología del Ministerio de Agricultura.
Otra de las anécdotas más interesantes fueron los interminables viajes de los camiones desde y hacia la Mina, distante 150 kilómetros de la punta de rieles de Barda del Medio. Ángel Esteban (72)” que en ese entonces tenía unos 11 años, recuerda muy bien aquellas épocas:
“Cuando comenzó la guerra era muy escasas las cubiertas, pero muy escasas…tal es así que acá había un joven, en ese momento era un joven, Spaiger, se llamaba “tito” Spaiger, que le vendía a los que iban a la mina, le sacaba la parte interna de las telas a las cubiertas viejas y se las atornillaba eso así bien pegado, se la atornillaba a las cubiertas que más o menos podían tener un poco de caucho, entonces más o menos con eso podían hacer algunos viajes más, no muchos, porque eran una doble fila de tela, es decir, suponte si tenían 12 telas, ahora tenían 24…”
Recuerda unos de los primeros camiones que detalla con increíble precisión:
“Había unos camiones inmensos para ese momento uno pensaba que eran inmensos unos camiones inmensos marca Tornicroft…pero venían con ruedas macizas (se ríe) así que imagináte vos ir a hacer 220, 240 kilómetros ida y vuelta con un camión que a lo mejor eso de enorme no cargaría más de 7, 8 mil kilos, pero no fue por mucho tiempo porque indudablemente quedaban destruidos…”
“En un momento dado habían más de 30 camiones trayendo Rafaelita, más de 30 camiones acá, yo me acuerdo que una vez conté 27. Acá en Barda entre el cine y la Estación había una playa muy grande y unas montañas grandísimas de carbón…”
Arturo López Zamora ofrece más detalles:
“Te puedo nombrar dos pioneros eh…Petronilo Rodríguez y el finado Fuentes, dos hombres…y te va a parecer mentira, se descargaban veinte, treinta camiones por día con palas…unas palas así (hace señas) provista por la Mina. Los camiones que viajaban a la mina en ese tiempo, porque no había surtidores eléctricos ni cosa que se pareciera…eh…los tambores de nafta se traían de Plaza Huincul, los traía mi padre con dos choferes del finado Amado Jacobo y demoraban 2 días en ir y venir a Plaza. Traían veinticinco, treinta tambores de 200 litros de nafta, porque el gasoil ni hablar en ese tiempo, no existía era nafta y querosén…”
“Barda del Medio era una playa de cargas como no había en el Alto Valle, ni en Neuquén existía. Yo fui el primer telegrafista, me acuerdo que Neuquén atendía primero a Cipolletti, luego a Cinco Saltos y a mí me atendían a lo último, llegaba a trabajar hasta las 12 de la noche. La playa se juntaba todo, los trenes que transportaban carbón, habían camiones de la mina con carbón y se juntaban con los camiones que transportaban fruta, eran un total de 70, 90 camiones…”
Don Juan Elías, apodado “El Turco” fue uno de los primeros camioneros contratado por la firma Amado Jacobo para transportar el mineral. Su hijo llamado de igual manera, nos cuenta acerca de su vivencia de aquellas épocas:
“Acompañaba a mi padre desde los 12 años transportando carbón desde la mina, en ese entonces teníamos un Chevrolet modelo 1938, sería el año 1942 más o menos….luego seguimos con un Ford 6 cilindros sin cabina, que era de mi padre y por último, un Mack con acoplado. Trabajé 19 años y 7 meses. (…) Todos los días hacía un viaje que duraba unas 8 horas con el camión cargado, habían en ese tiempo, 40 camiones de 3000 kg que tenían la “V” pintada en el capó…la V de la victoria le decíamos nosotros, nunca supe porqué, no sé por qué la compañía le ponía esa “V” sobre el capó.
(…) Yo le pedía las gomas a Piranián 6, y, 8 gomas me caían de golpe, entonces me llamaban y me las daban para el camión. En mis viajes yo era el que más comía, porque al llegar a la mina me esperaba el carnicero Barros, y llegaba yo y ponía unos riñones de chivo así de grandes…en esos tiempos había chivos gordos. (…) Yo los conocía a todos los obreros, a muchos de ellos les convidaba algún traguito, yo llevaba como 50 botellas en el camión…había una de cuello largo que no me acuerdo el nombre pero era así como un jugo concentrado, te duraba porque lo mezclabas con agua. Y en invierno llevaba una de grapa, no porque tomara, porque una botella me duraba como 3 meses, siempre le convidaba a los que me pedían un traguito así que me querían…las bebidas se las envolvía en arpillera y se empapaban con agua, eso era más fresco que la heladera…”
Estos viajes se volvían toda una odisea cuando las tormentas convectivas, típicas del ambiente desértico, se presentaban sobre la marcha.
Cuando esto ocurría, los camiones quedaban a un costado de los caminos por varios días. Cuentan las anécdotas que muchas veces eran los “milicos” de la comisaría quienes aparecían en sus caballos, con “piches” colgados en sus ancas y que cazaban durante el recorrido, en auxilio de los camioneros.
Delmiro Rodríguez, cuñado actual de Juan Elías, cuenta su recuerdo:
“Yo me acuerdo que la carnicería en la mina era atendida por un tal Contreras, luego por Abel Barros y recuerdo que en el alto estaban Hidalgo, y había una señora que era la cocinera de la administración llamada Adelina Cifuentes, su marido era un tal Calvetti, que atendía la proveeduría, pero creo que ya falleció”
Sigue contando Juan Elias:
“En Auca Mahuida había también extracción de petróleo, me acuerdo que llevábamos un Skoda y un Mack. Llevábamos torres de perforación en pozo Cavado, en aguada Chivatos fui el primero en llevar esos equipos…”
Feliciano Cascallares atendía la proveeduría. Había nacido en la Pampa en 1909, llegando a la mina aproximadamente en 1939, donde se enamora de Lidia Ríos, que tenía alrededor de 17 años. Allí se casa y tienen sus tres primeros hijos, Andrés, Elvia y Mirta, aunque él ya había tenido tres más en esa Provincia. Encargaba los catálogos de ropa a Buenos Aires, que venían por Ferrocarril hasta el almacén de Jacobo en Barda del Medio y de ahí llegaban a la mina. Esos vestidos los vestía Lidia en las fiestas que se hacían los sábados, junto al personal de la administración, donde Feliciano tocaba su bandoneón y amenizaba las fiestas. Le decían el “pulpo” por su habilidad para ejecutar aquel instrumento. Aquel panorama cambió drásticamente cuando una cuadrilla de obreros chilenos habían comprado a fiado, es decir, a cuenta de mes, pero una vez que cobraron la quincena, estos obreros se marcharon dejando a Don Feliciano con una gran deuda. Esto afectó mucho su salud emocional, condición que empeoraría aún con el desastre que se avecinaba. Cuando ocurrió la tragedia, Feliciano enfermó de depresión, ya que no pudo superar aquel suceso, muchos de sus mejores amigos habían fallecido en la explosión y eso lo afectó tanto que tuvo que irse del lugar aconsejado por su esposa, hacia la localidad de Barda del Medio y luego a Cinco Saltos.
Infancia en la mina
La vida de los niños de la mina era la alegría del lugar, muchos fueron los chicos que nacieron en este campamento en total ausencia de comodidad y confort. Aun así, por los testimonios recogidos, podemos dividir la infancia en un antes y después de la explosión, ya que semejante suceso no fue fácil de superar y mucho menos de olvidar. Las anécdotas antes del desastre cuentan una infancia alegre, con actividades extra curriculares, donde la escuela era encargada -en parte- de los bailes, de las obras de teatro y toda actividad relacionada con las fiestas civiles. Mi padre Orlando Sura recordaba siempre que solía ver “bajar del cerro, un carro con frutas, que venía del otro lado del Auca Mahuida” y comentaba siempre que ellos lo esperaban contentos, aunque pocos podían comprar aquellas frutas de estación.
Recuerda Sumilda:
“Uh… los chicos se entretenían, se hacían rondas todos los vecinos se juntaban en las tardes, era una alegría verlos a todos los chicos reunidos, las chicas y los grandes también a jugar a la ronda, a jugar a la escondida se hacían unos fogones afuera y se jugaba…que hoy en día eso no existe (ríe emocionada) estaba lindo eso…”
“Nunca sentí decir que algún chico se quería ir de ahí, no, todo eran… porque eran muy compañeros, y por ejemplo los días así de… que no tenían nada que hacer, ya eran grandecitos, para las vacaciones se iban a cazar piches al campo (ríe) salían con su botellita de agua y se iban al campo…”
Nora Huichacura recuerda a sus 7 años:
“Se hacían todos los bailes en la escuela, en la época de las fiestas patrias digamos, estaba el veinticinco de mayo entonces cada uno actuaba en la obra de la escuela y a la noche también teníamos otras actuaciones por ahí… y se hacían rifas de tortas que era lo que iba a pagar a la cooperadora, pero nosotros nunca comprábamos cuadernos, siempre nos daban el cuaderno, el lápiz, la lapicera, todo lo demás (…)a veces con la maestra salíamos a vacunar a los puestos que estaban cerca y no lo hacíamos los días de semana, lo hacíamos el día sábado y domingo, que eran nuestros días de descanso y lo hacíamos sin problema…nosotros a la escuela la queríamos, era nuestro segundo hogar…”
Más Neuquén es una publicación declarada de interés por el Congreso de la Nación (355-D-20 y 1392-D-2021 / OD 391) y la Legislatura del Neuquén (2373/18), por su aporte al conocimiento e historia del Neuquén.
Extraído de: Auca Mahuida – Volcán de recuerdos – La explosión de la Mina La Escondida en la Patagonia Argentina (2014) – de Pablo F. Sura
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