Rapa Nui (isla grande en idioma nativo), o Isla de Pascua, es una provincia de Chile cuya administración gubernamental tiene características de “territorio especial”, diferenciado del resto del país. Los primeros pobladores que la habitaron procedían de la Polinesia, quienes desarrollaron una cultura de rasgos propios, debido al aislamiento de la isla en medio del océano, que se encuentra a más de 3.700 km de la ciudad continental chilena más próxima.
Además de los “moais”, las conocidas cabezas antropomorfas, a través de los años conservan muchas expresiones de su cultura como la cosmovisión, el idioma rapa nui, la gastronomía, las danzas y la música antiguas.
Una de las manifestaciones salientes de esa cultura son las tallas y esculturas en madera, que tienen origen en remotos simbolismos de la Polinesia. Aunque los primeros misioneros católicos que arribaron en 1864 las consideraron paganas y ordenaron quemarlas en su afán evangelizador, para los pobladores fue un bien de intercambio que les permitió sobrevivir con el producto de su venta. El oficio continuó y se desarrolló hasta la actualidad mediante la mano de obra de artistas virtuosos.
El Museo Antropológico Padre Sebastián Englert de Rapa Nui destaca la labor continuadora de esa tradición de los talladores como Luis Hey, Alejandro y Andrés Pakarati, Hugo Teave y George Tuki.
En ese Museo sostienen que ellos: “Gozan del alto reconocimiento dentro de la sociedad rapanui, pues se los considera como continuadores de una tradición milenaria y portadores de un saber exclusivo heredado de los ancestros. Sus relatos y experiencias permiten conocer en profundidad el oficio de los maori tarai, como se denomina a los maestros talladores: la forma en que adquieren sus conocimientos y destrezas, las fuentes de su iconografía y la visión histórica que tienen de su propio quehacer.”
Los Pakarati integran el segundo clan en importancia y cantidad de miembros que pobló la isla. Un hecho que confirma en parte su significación histórica, es la decisión del presidente chileno Gabriel Boric de nombrar en el cargo de Directora General del Ceremonial y el Protocolo a Manahi Pakarati, diplomática de carrera que llamó la atención el día de la asunción, luciendo un vestido de gala nativo y un sombrero de pluma típico pascuense. Al margen de sus antecedentes profesionales, la sra. Manahí pertenece a una familia de arraigo en un territorio que el Presidente debió considerar por sus particularidades administrativas, para su designación.
En la provincia del Neuquén
En 1976, Silvestre Pakarati arribó desde la isla al continente y -buscando alejarse del clima enrarecido por la dictadura pinochetista- viajó a nuestro país. Llegó con un grupo musical que había estado antes en territorio argentino.
Cuando conoció San Martín de los Andes se enamoró del lugar y decidió quedarse. Aquí vivió en Villa Paur y se sostuvo vendiendo algunas artesanías en madera, hasta que empezó a trabajar en la construcción haciendo la carpintería de edificios.
Silvestre Pakarati Atan, había nacido el 6 de junio de 1941 en Hanga Roa, la principal ciudad y puerto de Rapa Nui. Era el menor de varios hermanos, hijo de Mariana Atamu Pakomio y Leonardo Pakarati Ranguitaki. Su madre fue la primera maestra pascuense.
Intuitivo, fue aprendiendo los secretos de las tallas y se los enseñó a sus hermanos mayores.
En la localidad cordillerana formó su hogar con Rosa Aguayo con quien tuvo una hija, Selva Silvestre Pakarati, nombre para el que debió sortear obstáculos, ya que no figuraba en los listados de los admitidos en el país y se negaban a inscribirla así en el acta de nacimiento. Advirtió que la registraría en el consulado chileno si persistía la negativa y logró bautizarla como deseaba, en el documento de identidad argentino.
Acá se adaptó a las modalidades locales y conservó las tradiciones ancestrales heredadas. Hablaba perfectamente el rapanui y bien el castellano; se alimentaba según las antiguas costumbres de su pueblo, pescaba y había aprendido a confeccionar las redes para la actividad. Cocinaba sobre piedra bocha caliente las truchas que obtenía en los lagos patagónicos, emulando el tunju ahí, de su tierra natal. También siguió desayunando con el po’e que comía en Rapanui, elaborado con plátano, harina y huevo. “En su casa nunca faltaban las bananas”, recuerda la hija.
La impronta pascuense
Hábil en el manejo de la madera, hizo la carpintería de varios edificios del pueblo que fueron importantes por la mano de obra que ocuparon, entre ellos la Parroquia San José. Para el templo también confeccionó algunos muebles y los bancos, según recuerda su hija.
“Era un hombre afable que trataba con cordialidad a la gente que trabajaba con él”; señala el ing. Osvaldo Herrera, quien lo trató durante la construcción del hotel del Instituto de Seguridad Social del Neuquén en San Martín de los Andes.
También trabajó con el Arq. Boni quien fue su último jefe de obra.
A la par de su trabajo, Silvestre Pakarati realizaba tallas que vendía o regalaba. Algunas hosterías sanmartinenses compraron piezas para ornamentar sus espacios y hubo particulares que hicieron lo mismo.
En todos los casos dejó el sello de la cultura rapanui.
Una de esas improntas es la inclusión de manutara, el ave sagrada representada en el arte rupestre y otras manifestaciones artísticas pascuenses, que dio origen a una carrera ritual. Los participantes debían partir desde la aldea ceremonial de Orongo, bajar por el acantilado de un volcán y nadar entre tiburones hasta el islote Motu Nui. Los sobrevivientes debían tomar el primer huevo del manutara, regresar sin romperlo y entregarlo al jefe del clan. Quien lo lograba se convertía en el “Tangata Manu” u “hombre pájaro” que gobernaría la isla al año siguiente.
Pakarati dejó grabada y tallada el ave símbolo, en piezas que se encuentran en San Martín de los Andes. La especie que representa al manutara es conocida en Ornitología como gaviotón apizarrado.
El Cristo de la Frontera
En charlas con el sacerdote Ciro Brugna al frente de la parroquia San José, ofreció sus servicios para realizar la imagen de la Crucifixión destinada al altar. La propuesta fue aceptada y en madera de raulí talló la figura de Cristo y para hacer las manos tomó como modelo las suyas, que hizo contornear con un lápiz sobre un papel para reproducirlas en la obra.
El rostro que plasmó tiene rasgos maoríes “Lo hizo espontáneamente; él no quería ofender con su estilo, además mi papá pertenecía a la fe católica… no cobró su trabajo y decidió no firmarlo una vez que estuvo terminado porque sostenía que para el artista lo importante es la obra”, subraya su hija.
Esas facciones de Jesús, que no eran las tradicionales de la cultura occidental, originaron alguna resistencia porque no reflejan las características de la población sanmartinense, acostumbrada a las representaciones clásicas.
En esos años en las localidades cordilleranas y en San Martín de los Andes en particular por estar a 40 km de un paso fronterizo, se había vivido con mucha zozobra el conflicto limítrofe con Chile, debido a los vínculos familiares de los pobladores de los dos países. Cuando finalizó la amenaza de un enfrentamiento armado, en diciembre de 1980 por mediación papal a través del Cardenal Antonio Samoré, llegó el alivio para los vecinos.
Entonces, alguien sugirió trasladar la Crucifixión de Pakarati a las proximidades de la frontera cerca del paso Hua Hum. El autor de esa obra se sintió honrado con la decisión porque percibió el gesto como una prueba de hermandad entre las dos naciones. También tiene el valor agregado de haber sido confeccionada por un vecino sanmartinense oriundo del otro lado de la cordillera.
De tal modo, ocho meses después de haber sido colocado en el altar de la parroquia San José, el crucifijo fue trasladado a un sitio al costado de la Ruta Provincial 48, muy cerca del límite con Chile. Fue el 13 de enero de 1985 y desde entonces se lo llama Cristo de la Frontera y Cristo de la Paz.
La feligresía acompañó la peregrinación de esa imagen. También concurrieron autoridades, representantes de instituciones y se realizó una misa en el altar levantado bajo el templete que se construyó para esa ocasión.
El oficio religioso fue escoltado por las banderas de Argentina y Chile, ante la multitud que pudo oír los rezos por los altoparlantes que se habían instalado.
La importancia de una obra emblemática
Pakarati continuó la vida familiar y después de un tiempo de separación de la madre de Selva, se casó nuevamente en 1983.
Por sus aportes, en los años ’80 recibió las “llaves de la ciudad” cuando fue distinguido como ciudadano ilustre de San Martín de los Andes.
Silvestre Pakarati era diabético y sufría hipertensión arterial. En una ocasión que enfermó, fue hospitalizado en San Martín de los Andes. Después lo trasladaron a Neuquén para ofrecerle mejor atención con la infraestructura de la capital provincial, pero falleció el 22 de diciembre de 2004.
La persistente influencia del arte occidental clásico, prácticamente consagratorio y casi excluyente de otras expresiones, ha contribuido a invisibilizar las manifestaciones estéticas autóctonas, menos habituales en las galerías, los museos y los circuitos culturales establecidos. Esto ha incidido en la valoración de piezas que representan producciones menos frecuentes, pero igualmente preciadas, como el caso de muchas manifestaciones del arte nativo.
Daniel Schavelzon y Ana Igareta en el análisis de la colección de esculturas rapanui del Museo Etnográfico de Buenos Aires sostienen: ”…era mestizo y, por ende, culturalmente degradado”.
Sin intención de polemizar, vale preguntarnos ¿Qué determina el carácter de lo artístico? ¿Quién dictamina sobre lo que es bello y lo que no? ¿Acaso el arte no es una manifestación de la condición humana sin reglas fijas?
En todo caso, el reconocimiento a las tallas de Silvestre Pakarati, como el Cristo de la Frontera debe considerar la calidad técnica de su factura y el acabado impecable que responden a una tradición ancestral incontaminada (por el aislamiento durante centurias de Rapa Nui). Esa obra tiene en su itinerario haber presidido el altar de la Parroquia San José, ser una muestra de fraternidad por la paz y un hito para la religiosidad de los viajeros. Es, además, una expresión material genuina de la espiritualidad sincera de su autor, un hombre que perteneció a la ciudadanía de dos países hermanos.
Ana María de Mena (anamariademena@gmail.com)
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Artículo escrito por Ana María de Mena para Más Neuquén
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