En septiembre de 1930 el teniente del Ejército Julio Paterson Toledo mantuvo asolada la ciudad de Neuquén. En la convicción de que enfrentaba una conspiración conformada por adherentes al recientemente depuesto presidente Yrigoyen y tropas del Ejército chileno, militarizó la ciudad y encarceló a una décima parte de los habitantes del poblado, incluyendo a autoridades civiles, policiales y militares.
El Territorio de Neuquén se encontraba desde 1928 sin gobernador, dado que el presidente Yrigoyen no había hecho el nombramiento correspondiente. El inspector Amadeo Delfino estaba a cargo del despacho y ejercía a efectos legales, el cargo de gobernador. La intendencia de Neuquén estaba controlada por el radicalismo yrigoyenista desde la victoria electoral de su candidato Martín Ardenghi en abril de 1930. Zapala fue intervenida por el gobierno nacional en 1927, anulando las elecciones que le habían otorgado el triunfo al anti-yrigoyenista Martín Etcheluz, impidiéndole asumir el cargo de intendente.
El golpe de 1930 en Neuquén
En Neuquén, las inquietudes se expandían en la medida en que llegaban las noticias desde Buenos Aires sobre el golpe de Estado protagonizado en contra del presidente Hipólito Yrigoyen por los cadetes del Colegio Militar. A título preventivo, el gobernador Delfino y el intendente de Neuquén Ardenghi ordenaron el acuartelamiento policial para evitar ‘actos de bandolerismo‘ contra el banco o la cárcel. El comisario se cercioró de que estuviera asegurado el acceso a las armas del Club Tiro Federal, en caso de ese hipotético asalto. El gobernador se mostraba inquieto por la posibilidad de que se sublevase el grupo anti-personalista liderado por Etcheluz en Zapala.
En ese marco de angustias y temores exacerbados, el juramento del nuevo presidente de facto, Uriburu, el 8 de septiembre fue transmitido a todo el país. Uno de los más exaltados con esa noticia fue el jefe del distrito militar 25, Julio Paterson, quien le manifestó al comisario local que se había instalado una nueva situación política en la nación, pero que se había pasado por alto ese dato en Neuquén. Había cambiado el presidente en Argentina, pero en Neuquén todavía se seguía teniendo un gobernador y un intendente alineados con ‘el Peludo’ (apodo de Hipólito Yrigoyen). Y lo que le resultaba más alarmante era que no se había convocado al Ejército para asegurar la nueva realidad. Paterson expresó que deseaba que se efectuase algún acto ‘aunque más no fuese para cubrir apariencias’. El movimiento se concretó ese mismo día. Paterson y ‘notables’ anti-yrigoyenistas organizaron una movilización para exteriorizar su adhesión al nuevo orden.
Una columna de vecinos y conscriptos marchó desde el edificio del Distrito Militar hasta la sede de la Gobernación, donde le reclamó al gobernador Delfino que manifestara si respondía al Gobierno Provisional. Y dado que el gobernador exhibió un telegrama del general Félix Uriburu que lo nombraba delegado del nuevo orden en Neuquén, la decisión fue acatada por los manifestantes. Los ‘notables’ que participaron del meeting le exigieron a Delfino al menos una ‘adecuación’ de las autoridades locales, pues consideraban intolerable que prosiguiera en su cargo el intendente Ardenghi. La columna se movilizó entonces hacia el municipio, dirigida por el gobernador, el teniente Paterson, la banda de música, la tropa policial y un grupo de vecinos. La muchedumbre ingresó en el edificio municipal y destruyó un retrato de Yrigoyen. La ‘manifestación patriótica’ forzó la renuncia del intendente Ardenghi y solicitó que Paterson asumiera ese cargo. Según el diario La Nación, ‘el pueblo en masa’ le solicitó al gobernador que interviniese el Municipio porque el Concejo era impopular y había nacido de ‘elecciones realizadas sin garantías’. Un acta con más de cien firmas avaló la asunción del teniente Paterson.
La noche del 8 de septiembre hubo alarma entre la población neuquina pues los yrigoyenistas hicieron correr la voz de que podía revertirse el avance de los golpistas. Los rumores de que los radicales pretendían organizar una manifestación de desagravio a las autoridades municipales depuestas el día anterior obligaron a redoblar la vigilancia. A estas versiones las alimentaron (y se le sumaron) telegramas y rumores que daban cuenta de una contra-revolución radical en Capital Federal. Esta idea se había producido a partir de un tiroteo cerca del edificio del Congreso y de la difusión de falsas noticias que generaron confusión y escaramuzas entre las mismas tropas golpistas. El nervioso cruce de falsas noticias escapó de Buenos Aires. Las versiones procedentes de la Capital y de Neuquén parecían confirmarse una a otra, estimulando los miedos de las nuevas autoridades y predisponiéndolas a tomar medidas extremas.
Los rumores de que las fuerzas yrigoyenistas se rearmaban en Buenos Aires movió al gobernador a designar a Paterson también como Jefe de Policía del Territorio, reteniendo además los cargos de interventor municipal, jefe del distrito militar y de Correos y Telégrafos.
El flamante Jefe de Policía adivinó una violación del secreto telegráfico en la difusión de estos rumores provenientes de Buenos Aires. Apersonado en el edificio de Correos y Telégrafos, comprobó que las falsas noticias provenían de la oficina de Bahía Blanca o de Chile. En la madrugada del 9 de septiembre llegó un telegrama del general Uriburu comunicando que no se estaba desarrollando ninguna contrarrevolución sino que se trataba de una falsa alarma generada por el ‘Klan’ radical. Pero el telegrama no convenció a Paterson, quien expresó que: después del barro de la manifestación de esa tarde él se jugaría entero, no estando dispuesto a perjudicarse por nadie, y que cada cual se arreglase como Dios lo ayudase.
Entendía que la contrarrevolución ya había comenzado: el telegrama de Uriburu no lo convenció de lo contrario. Lo que se inició, en realidad fue su delirio paranoico, pues no vaciló en acusar al general Agustín P. Justo de ser el jefe de esa maniobra. Paterson también denunció que un capitán de filiación radical había llegado a la ciudad. Según expresó Paterson, este capitán era parte del complot yrigoyenista dirigido por el general Justo. El flamante Jefe de Policía comenzó a dar órdenes de acuerdo con el descubrimiento de esa ‘conspiración’ yrigoyenista. Decidió, junto al gobernador Delfino, realizar algunos allanamientos y detener a policías y prostitutas involucrados en ese complot. Ordenó investigar a quiénes habían llegado en el tren junto al capitán radical. El fracaso de las tareas de inteligencia policial le costó la cárcel al oficial que no pudo identificar a los ‘radicales que bajaron del tren’.
De allí en adelante el ritmo se aceleró, se ordenó acuartelar y apertrechar al personal policial. Los agentes y oficiales de la comisaría extranjeros o hijos de extranjeros fueron detenidos por orden de Paterson. El gobernador justificó estas detenciones pues los oficiales en cuestión se ‘habían vendido’ al dirigente anti- yrigoyenista Etcheluz, quien se ‘acercaba’ desde Zapala para tomar la gobernación, reactualizando y confirmando el temor que había circulado los días previos al golpe. Así, lo que horas atrás era denunciado como un complot yrigoyenista, ya tomaba formas un tanto más complejas, o más bien contradictorias: se denunciaba que estaba liderado por el máximo anti-yrigoyenista del Neuquén.
La madrugada del día 10 se allanó un hotel en búsqueda de los supuestos participantes de la conspiración. Al hacerse presente allí, Paterson le advirtió al juez federal que había riesgos de estar sufriendo una invasión chilena en Neuquén y que todo el pueblo debía armarse para cooperar con el ejército y la policía. En esa circunstancia habló de ‘ataques y de espías chilenos’. En el allanamiento se detuvo a 14 hombres ‘vendidos a Chile’. Consecuentemente, Paterson ordenó el acuartelamiento militar, advirtiéndole a la tropa que desde Zapala estaba en marcha un grupo armado con ‘objeto de libertar a los detenidos y apoderarse de la Gobernación’. El complot imaginado por Paterson y avalado por el gobernador Delfino, asumía rasgos caricaturescos: era yrigoyenista, anti-yrigoyenista y chileno.
¿Qué pasaba en Zapala?, ¿Había en marcha, efectivamente, una movilización armada sobre la capital? El panorama era el contrario. Si en la ciudad de Neuquén tardó dos días en producirse el triunfo de las ‘fuerzas revolucionarias’, en el interior del Territorio se demoró más. Quienes deseaban desalojar del poder local a los yrigoyenistas no tenían tropas armadas a las cuales recurrir. El interventor local continuaba manejando la policía y hostigando a opositores como Etcheluz aun cuando Yrigoyen había dejado el poder días atrás. Algunos documentos permiten pensar que Etcheluz y otros dirigentes fueron encerrados al intentar apropiarse de las armas del Tiro Federal.
En una violenta interrupción en la comisaría de Paterson, el gobernador Delfino y el ex-intendente Ardenghi, fueron detenidos oficiales y agentes de policía al grito de ‘¡se han vendido por cinco pesos, traidores a la patria!’. Paterson dispuso el arresto de decenas de supuestos involucrados en la conspiración, entre ellos el periodista Alejandro Chaneton, socio político y comercial de Etcheluz. Según informó el Jefe de Policía, los detenidos estaban implicados en el tráfico de alcaloides o ‘eran traidores a la Patria que se habían vendido a los chilenos’. Los arrestados quedaron a la espera del cumplimiento de la orden de fusilamiento que dio Paterson. Se estableció un estado de sitio y se amenazó con aplicar la ley marcial. Un pelotón de conscriptos armados recorría las calles, dando a conocer el bando y haciendo saber que al primer tiro que se les disparase ejecutarían en el acto a los detenidos.
El delirante teniente elaboró un croquis detallando por dónde ingresaría la invasión chileno-radical proveniente de Zapala, que intentaría tomar la Gobernación, el Banco de la Nación y la cárcel. Paterson comisionó al ex intendente Ardenghi junto con unos pocos conscriptos para que se trasladara a la ruta, con el encargo de retrasar la llegada de los invasores. En la seguridad de constituir una avanzadilla, Ardenghi reclutó a chacareros de la zona y los sumó a su puesto de observación sobre el camino a Zapala. La posibilidad de que hombres armados asaltaran al pueblo no pertenecía sólo al imaginario delirante del teniente. El juez federal se comunicó telefónicamente con Etcheluz para prevenirlo de que se abstuviera de acercarse con tropas a la capital. Poco antes, el gobernador Delfino le informó a las autoridades y empleados del Banco Nación que los invasores armados ya se encontraban a 90 km. de Neuquén y habían cortado las líneas de comunicación. Poco después los empleados bancarios y telegrafistas fueron detenidos como supuestos protagonistas de la conspiración. La cantidad de arrestados obligó a improvisar siete nuevos ámbitos de encierro en el pueblo. La confusión producida por las desopilantes y coercitivas maniobras se vio agigantada por la interrupción de las líneas telefónicas y telegráficas luego de que Paterson destruyó la oficina central de teléfonos y el servicio de telégrafo.
Durante la mañana del día 11, Paterson reunió a la tropa del Distrito militar y del Destacamento de Aviación y les manifestó que ‘no fumaran, comieran ni bebieran, porque espías chilenos y traidores a la patria, querían eliminarlos’. Pero su delirio paranoico continuó creciendo: ordenó detener al gobernador Delfino por formar parte de la conspiración. El juez federal y el director de la cárcel fueron amenazados por el delirante teniente, que seguía buscando a los ‘vendidos a los chilenos’, que habían envenenado la carne y el agua. Paterson justificó sus hechos por estar ‘empeñado en la gran empresa de salvar a la Patria’, por lo cual ‘mandaría fusilar a toda la población y con la última bala se quitaría la vida’. Convencido de la magnitud de la conspiración yrigoyenista-antiyrigoyenista-chilena, el teniente marchó a la estación del ferrocarril, donde prosiguió con sus delirios agresivos. Paterson volvió a la oficina telegráfica pues quería saber si había tenido respuesta su pedido de envío de una división del ejército y escuadrillas de aviones. El encargado de la radio (que según un testigo ‘parecía tan loco como el teniente‘) le informó que la Casa Rosada envió aviones con rumbo a Neuquén para repeler la invasión yrigoyenista-chilena.
Luego de los incidentes en la estación ferroviaria, el juez y el director de la cárcel consiguieron encerrar a Paterson y someterlo a examen médico. Reducirlo no era una misión sencilla, pues existía el riesgo de que los 30 conscriptos y los 50 policías que custodiaban a los 300 detenidos usaran sus armas. El juez se encargó de que los oficiales y suboficiales tomaran nota del estado que presentaba Paterson, de manera de asegurarles que no incumplían con sus órdenes. Se retiró la vigilancia de la estación de radio y recuperaron la libertad los detenidos tras la llegada del capitán Romanella y su tropa, provenientes del regimiento de Las Lajas: esa misma madrugada del día 12 Romanella asumió la gobernación.
La locura de los cuerdos (una interpretación)
¿Por qué el grueso de la oficialidad del Ejército y de la policía, así como el gobernador y el ex-intendente siguieron al teniente cuando era evidente que sufría una grave afección mental? Los sucesos de septiembre de 1930 en Neuquén son imposibles de comprender si se los achaca solamente a la demencia de Paterson. Es necesario tener en cuenta los procesos culturales e ideológicos desarrollados durante los años previos en la región y el país. En primer lugar, no se puede entender la ‘carta blanca’ que recibió Paterson y la verosimilitud de sus discursos si no se atiende a la representación del Ejército en la Patagonia. Imaginado y auto-imaginado como custodio de una soberanía siempre amenazada en el sur, el Ejército concitaba un notorio apoyo en sectores dirigentes de la población patagónica. Un espacio considerado durante décadas como el eslabón último de la soberanía patria, y en el que muchos de sus habitantes se creían guardianes de una nacionalidad amenazada, colaboró en la forja de una imagen positiva del Ejército. Esa representación del soldado en la Patagonia se articulaba con la idea de civilizar y poblar el ‘desierto’. La situación fronteriza condicionó a los territorianos a creerse custodios de los límites nacionales.
Desde los años veinte una serie de agrupaciones políticas y católicas fueron construyendo esta cultura política que profesaba un culto del mundo castrense en tanto les parecía la representación por excelencia de cómo debería estar ordenada y jerarquizada la sociedad argentina. Escuelas salesianas, círculos de obreros católicos, la Junta de Defensa Antiaérea Pasiva, los boy scouts, la prensa y los clubes de tiro fueron algunas de las instituciones propaladoras de un discurso católico, nacionalista y belicista, que preconizaba las ideas de amenaza externa, cruzada anti-decadentista, vigilancia y evangelización. Esas instituciones contribuyeron a articular una red de sociabilidad y un estado de opinión, apuntalando la constitución de una Patagonia, sino en armas, al menos preparada para su defensa.
Ernesto Bohoslavsky
Más Neuquén es una publicación declarada de interés por el Congreso de la Nación (355-D-20 y 1392-D-2021 / OD 391) y la Legislatura del Neuquén (2373/18), por su aporte al conocimiento e historia del Neuquén.
Extraído de:
La locura de los cuerdos. El complot militar contra el complot yrigoyenista-antiyrigoyenista-chileno (Neuquén, 1930) de Ernesto Bohoslavsky. El texto ha sido adaptado y resumido para una mejor lectura. Para leer el trabajo completo, click aquí
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