“Más allá del Colorado, está la Patagonia”.
Frase del libro Patagonia, 1892: diario del explorador suizo Dr. Francisco Machón
De viaje por la provincia de Misiones hace unos años, en el salón contiguo a la iglesia de un pequeño pueblo dónde se hacía una feria de múltiples cosas, hallé el libro “Patagonia 1892” de Jorge Francisco Machón y Francisco N. Juárez.
Luego, buscando más información de los participantes de ese viaje fui dirigido fundamentalmente a Roth por su actuación como naturalista. De Machón, en principio sólo localicé algunas referencias en el mismo libro y unos breves escritos sobre etnología del territorio de Misiones.
Francisco Machón (no Florentino como aparece en algunas páginas) fue un ciudadano suizo que llegó al país con su título de cirujano y doctor en medicina y luego de revalidar sus estudios se radicó en la ciudad de Rosario para ejercer su profesión. Con inclinación por los viajes y las ciencias naturales, sobre todo la etnología, recorrió el país.
Santiago Roth, el segundo participante, de la misma nacionalidad, se llamaba realmente Kaspar Jacob y tuvo un largo desempeño como naturalista y docente en nuestro país. Viajero incansable, paleontólogo y geólogo autodidacta, reconocido con un Doctorado Honoris Causa, ejerció como Jefe de paleontología del Museo La Plata y realizó expediciones geológicas y especialmente paleontológicas por todo el país incluyendo patagonia. Fue colaborador destacado de Francisco P. Moreno.
Para ésta empresa el Dr. Machón había sido comisionado nuevamente por la Jewis Colonization Association dirigida por el Barón Hirsch, para buscar tierras aptas para asentar colonias agrícolas entre los ríos Negro y Chubut, ante la inminente expulsión de judíos de la Rusia Zarista.
Machón acepta el trabajo sin mayores objeciones, poniendo como única condición que su amigo Santiago Roth participara del mismo. Además de su amistad, casi un hermano señala Machón, éste había estado hacía unos años por la zona y conocía de primera mano con qué se podían enfrentar.
Y así, con muy pocos fondos aportados por la Asociación, que rondaban los $ 17.000 de ese entonces que no fueron suficientes, y con gastos que debió solventar de su propio bolsillo, partieron al sur.
Acompañados por dos criollos que trabajaban con Roth, ( “criados” en el libro) Sinforiano Páez que hizo las veces de cocinero y que por su experiencia en el litoral fue indispensable para vadear los cursos de agua y Julián Zeballos que se hizo cargo de los animales.
Si bien ninguno de los dos tenía experiencia en viajes por éstas latitudes, se desempeñaron adecuadamente y con valentía en los momentos difíciles que debieron afrontar en tan largo recorrido.
En marzo partieron en tren desde Buenos Aires a Bahía Blanca en un viaje de 24 horas. Y desde allí en diligencia (galera, refiere Machón) a Carmen de Patagones, límite formal del país hacia el sur por esos días.
En éste primer tramo del viaje ya percibieron el enorme cambio del paisaje sobre todo en las cercanías de Tandil y Machón comenta que no se ve casi forraje en ninguna parte, ya que la sequía y los saltamontes han destruido todo, antecedente de lo que deberían afrontar de allí en adelante.
El año 1892 estaba bastante avanzado y se acercaba el otoño y en pocos meses el temible invierno Patagónico, del que no tenían mucho conocimiento directo.
Así que no se debía retrasar la partida expedicionaria más allá de lo necesario, si se quería llegar a buen término en la empresa.
Nuestra Señora del Carmen de Patagones era por ese entonces la última ciudad para abastecerse y desde dónde partían y llegaban prácticamente todas las expediciones y viajes a la Patagonia.
Sus calles serpenteantes que descendían por la “barda” hacia el río, quedaron marcadas en las referencias de Machón. En ella había hoteles, comercios y una actividad incesante. Con la posibilidad de encontrar transportes por tierra hacia el norte y por mar a la capital, e incluso era posible viajar más hacia el sur, incluso a Chile.
En ésta ciudad terminaron por abastecerse de los elementos que no habían traído desde Buenos Aires, especialmente yerba. Que complementarían el té, café, chocolate y productos enlatados que preveían llevar.
En su estadía se alojaron en el Gran Hotel del Río Negro, ampuloso nombre del alojamiento dónde debieron compartir una habitación con desconocidos, con una horrible suciedad y un fuerte olor a rancio de la cocina próxima, según recuerda Machón.
Carmen de Patagones tenía alrededor de 2500 habitantes, muchos de los cuáles eran extranjeros y de tanto en tanto aumentaba su población con los convictos que enviaba el gobierno nacional.
Era el lugar de comercio de los productos del interior que antes llevaban los indios para vender, sobre todo plumas de avestruz para los notorios sombreros de las damas de las urbes y pieles a cambio de alcohol, yerba y tabaco. Intercambio que ahora realizaban comerciantes, bolicheros y algunos indios pacíficos venidos a la ciudad.
Luego de algunos días de idas y vueltas sobre todo para conseguir animales, que en un año desastrosamente seco eran muy escasos y los citados víveres y guías, partieron por el valle del río Negro con rumbo oeste.
Según estimaban necesitarían más o menos cuarenta animales, entre mulas de carga, caballos y vacunos para alimentarse. Qué, si bien no los consiguieron a todos allí, pensaban que los irían adquiriendo a medida que transcurriera el viaje, según expresa el doctor.
Las mulas que al final compraron, estaban sumamente flacas y todavía no repuestas del último viaje. Les tomó tiempo poder alistarlas y acondicionar en cada una los aparejos de paja, que sobre armazones de madera llevan amarradas las cargas. Pero sobre todo conseguir que éstas no se caigan y que los animales puedan transportar los pesados e imprescindibles bultos que en algunos casos llegaban a los 150 kilogramos.
Machón expresa en cercanías de Carmen de Patagones que los caballos que “tomamos parecen más delgados que los anteriores y cuánto más avanzamos, más está el camino sembrado de cadáveres de animales que murieron de hambre” observación que se convertirá en habitual en el viaje.
Además de los animales y las mercancías, necesitaban un baqueano, un guía que conociera el camino que iban a emprender. Trabajo para el que contrataron a “Pancho”, Francisco Lucero, quien los acompañaría hasta Roca.
No por lo difícil del trayecto, que era prácticamente intuitivo siguiendo por la orilla izquierda del valle del río con rumbo oeste. Sino indispensable para localizar los caminos más transitables, vados y pasos entre las islas, dónde los antiguos cursos del río ahora abandonados convertían el suelo en bañados imposibles de cruzar. Y sobre todo, localizar las pasturas, aguadas y lugares adecuados para hacer los campamentos, en un año especialmente seco. Ya los indios no eran un problema para los viajeros.
El primer día de viaje transcurrió en la dura lucha para mantener a la tropilla en el camino y conseguir que las mulas sigan a las yeguas madrinas. Pasan por las salinas, explotadas por ingleses, dónde observan a lo lejos las montañas de sal próximas a ser transportadas. La única señal de vida que reconocen es un rancho que divisan a lo lejos. Y luego de un desolado viaje llegan a la casa de la Estancia Potrero Grande, del Cónsul Español en Patagones dónde se alojan. El viento era fuerte y les impedía cocinar en el patio, aunque los ayudantes y el guía deciden dormir afuera, cerca de los bultos, por miedo a los robos.
El viaje continúa y a medida que avanzan hacia la cordillera, la sequía aumenta. Los pocos lugares habitados son los restos de los ranchos que formaban los fortines, algunas pulperías y osados ganaderos que intentaban afianzarse en esas tierras. El guía, los deja como estaba pautado en cercanías del fuerte Roca.
El río, observa Machón, va zigzagueando por el valle entre hermosas islas, acercándose a uno u otro margen. Tiene una vegetación propia que atenúa la sequía reinante.
Llegados a Confluencia, primer lugar de referencia en el trayecto, en el desvencijado fortín sólo encuentran a un Sargento y un soldado, sólo dos personas, con dos caballos flacos y sin provisiones de ningún tipo. Pese a que Machón contaba con “salvoconductos” de las autoridades para ser presentados cuándo lo necesitasen, resultó que las monturas no servían de recambio, ni siquiera si hubieran insistido en pagar por ellas. A uno de ellos, el Sargento lo necesitaba para visitar a una “china” que vivía en las cercanías, como después supieron. El otro no resistiría el duro viaje que debían afrontar.
Desde su salida de Carmen de Patagones las condiciones empeoraron cada día y desde Confluencia en adelante se convirtieron en jornadas penosas. Las enormes distancias, la soledad, el viento constante que lastimaba las partes expuestas y la amplitud de las temperaturas que iban desde un calcinante sol durante el día a noches heladas, recordaban la frase adjudicada a Charles Darwin de la Patagonia como “la tierra maldita”. Ambos viajeros conocían esa observación del naturalista inglés y ahora la hacían suyas.
Se convencieron que no podían esperar ayuda, aquella que pensaron encontrar en los asentamientos militares, sobre todo en el fortín Nogueira, que hallaron desabastecidos y prácticamente abandonados luego del retiro del ejército.
De Confluencia tomaron por la costa izquierda del río Limay (la del lado de Neuquén) hacia el sur, que se presentaba más hospitalaria, con sus campos ricos en pasturas y pequeños cursos de agua que fluían al río principal con notables tonos rojos que Machón destaca.
Siguieron el valle del río que pronto se hunde en la interminable meseta, cruzando cañadones a veces infranqueables para los animales, dónde se vieron obligados a realizar largos rodeos y luego tomar la senda trastabillando paso tras paso en los cansadores pedreros. A pesar de eso, avanzaban en forma sostenida y con buen ánimo.
De tanto en tanto, desde que había comenzado el viaje, se encontraban con viejos “paraderos” indígenas dónde se detenían para escarbar y recoger algunos restos y utensilios que luego estaban obligados a seleccionar por su elevado peso. El interés del doctor Machón por la etnología otra vez se sorprendía con piezas que detallaría en algunas publicaciones en el extranjero y que luego fueron enviadas al Museo de etnografía de Neuchatel en Suiza.
El 22 de abril estaban en Collón Curá, en las proximidades de Caleufu, lugar de la famosa huida de Moreno de la inminente condena a muerte por parte de la Junta Indígena, dónde encontraron unos boliches perdidos y puestos arrasados por los bandoleros chilenos que ahora asolaban todo el territorio.
En uno de ellos, les detallaron las masacres que cometían éstos forajidos, matando familias enteras y dejando la devastación a su paso, mientras se preparaban para el inminente ataque que debía ocurrir de un momento a otro. Ahora eran los bandoleros y no los indios los que volvían a causar el terror.
Sin detenerse mucho tiempo en cada campamento, casi siempre determinado por el descanso que necesitaban los animales y la disposición de pasturas, continuaron su viaje hasta el impresionante lago Nahuel Huapi. Más humanizado que todo lo que habían visto en el Alto Valle y en el desolado Neuquén por aquellos días.
Si bien pueden reabastecerse de algunas cosas y mudar caballos, lo que les permite afrontar ésta parte del viaje un poco mejor pertrechados, los meses que siguieron no fueron los mejores.
Ahora debían atravesar la casi desconocida meseta patagónica, uno de los lugares más agrestes del viaje, en la época más desfavorable.
Dejaron atrás el idílico Nahuel Huapi para adentrarse en lo desconocido e inhóspito. No obstante continuaron con lo planificado, pero estaba claro que no les quedaban más opciones que avanzar. Según lo propuesto, primero irían al este para luego torcer al sur hasta el río Chubut y de allí a las colonias Galeses y a la costa. Aunque también podían optar por seguir al este por la meseta de río Negro para llegar a la costa, o volver por el camino que los había traído hasta allí. Y la última opción, tomar el camino de Musters por la meseta central de río Negro y de ahí al norte para volver a Carmen de Patagones… Todas son rutas largas y difíciles como la que decidieron seguir. Eligieron la primera de ellas que tenían previamente determinada. Una de las rutas más complejas hasta el día de hoy en Patagonia.
Es muy probable que su informe sobre tierras a colonizar estuviera prácticamente decidido después de las malas noticias y observaciones que hicieron en los sitios visitados hasta allí. Por lo que el relato se convierte en un viaje más de subsistencia y aventura de aquí en adelante. Sin demasiados detalles de la geografía, los relatos ahora refieren a las peripecias y elementos que afrontan a cada paso. Para su objetivo le quedaba por conocer la colonia Galesa de Chubut ubicada en el confín de su viaje.
Así se adentraron en la meseta de río Negro llegando a Geylum (Pilcaniyeu) y de allí al Valle de Maquinchao en una travesía de cinco días por la meseta volcánica, extrema de aridez y sólo cortada por los periódicos cañadones. Machón hace mención al gran viajero Musters que atravesó la Patagonia de sur a norte por su interior y pasó por allí en uno de los épicos viajes de la historia de las exploraciones.
El problema de la falta de agua se agudizó y casi puso en duda el resultado de la expedición. La escasez los llevó a beber agua salobre de charcas y arroyos estancados, tanto a los animales que en un principio se resistieron, como a los viajeros. Sumado a esto, las provisiones se consumían rápidamente y debieron racionarlas.
A buen ritmo llegaron a Maquinchao el 13 de mayo, dónde encontraron unos toldos en los que sólo había dos niños muy pequeños, esperando el regreso de sus padres. En cercanías del lugar dieron con un comerciante de cueros de origen suizo y con un muchacho “colorado” que resultó ser Juan Owen, galés de Chubut que estaba trabajando con el agrimensor Areberg en la mensura de las tierras del territorio.
Al día siguiente el agrimensor los recibe y recomienda al joven para que les sirva de guía hasta la colonia. Continuando por la árida meseta central que se extiende por el norte y centro de Chubut. Y los aconseja que se pongan en viaje lo antes posible, porque se encuentra en las cercanías un bolichero que traía alcohol para la venta y que seguro su guía quedaría inutilizado por la bebida. Aquí un largo párrafo refiere al flagelo del alcohol, sobre todo en las poblaciones indígenas.
Se ponen en viaje a Gan Gan, dónde continúan observando avestruces, tropillas de guanacos que pasan a la carrera o los observan de lejos y los pumas siempre presentes. Machón refiere que la región de Río Negro es de una esterilidad absoluta, y que no ofrece pasturas, ni maderas, ni tierras cultivables. Sólo la acción incesante del viento que forma dunas de arena y erosiona el paisaje.
Con el paso de los días, las temperaturas descendieron rápidamente, como ocurre en ésta época en Patagonia, dando paso a frecuentes tormentas de nieve que los retuvieron dentro de las carpas durante días, impedidos de viajar. Cuándo escampaba, las huellas y sendas habían desaparecido. En cercanías de la laguna de Gan Gan el termómetro indica – 15° C. Y las pasturas escasean. Por lo que la destreza de Owen sería fundamental.
Al llegar a Gan Gan la laguna está cubierta de hielo y en el mallín de las cercanías pastan vacas y caballos. Allí está la toldería del cacique Tehuelche Cual, que se había asentado con permiso del Gobernador del Territorio. El mismo cacique había pedido al gobernador que no diga la ubicación de su toldería para evitar que los bolicheros lleven alcohol, referencia que el mismo administrador comenta a Machón.
A fines de mayo llegan al río Chubut, bajo una incesante lluvia de cenizas de un volcán ubicado en la cordillera. Sin contratiempos llegan a la Colonia de Trelew dónde observan la organización de la misma y pueden compartir la experiencia con sus habitantes.
Los viajeros refieren que en total recorrieron 2500 kilómetros a caballo, durante cinco meses de los más duros, por la Patagonia norte.
Desde allí parten por mar hasta la capital en un viaje no exento de dificultades, llegando el 21 de julio a Buenos Aires.
Cómo vemos fue una experiencia única, un relato por los territorios desolados luego de la llamada Campaña del Desierto, dónde los indígenas habían sido exterminados o desalojados y el territorio estaba en una profunda transformación, alejado totalmente de la Nación. Dónde el interés por las tierras “conquistadas” sólo consistía en la especulación en manos de conocidos del poder.
No sorprende que luego de ésta experiencia, el doctor Machón informe a la Compañía del Barón Hirsch, que se debía “evitar toda tentativa de colonización en ésta parte de Patagonia” y sólo tener presente las tierras del Alto Valle. La inmigración fue dirigida al centro y norte del país, principalmente a Misiones, territorio que el propio Machón había visitado el año 1891 con la misma finalidad.
Tampoco nos sorprende que el espíritu viajero y el interés naturalista de Santiago Roth lo lleve a realizar otros viajes científicos por la Patagonia e incluso a desempeñarse en la Comisión para establecer los límites con Chile bajo la dirección del Perito Moreno, algunos años después.
Páez y Zeballos continuaron trabajando con Roth y asistiéndolo en diferentes viajes.
No cabe duda que después de éste apasionante viaje, los cuatro se habían diplomado con honores como expedicionarios en la Patagonia.
El informe del viaje que referimos fue publicado en francés como “En Patagonie – Notes d’un explorateur” por el doctor Machón en la Biblioteque Universelle de la Revue Suisse de París en el año 1893 y permanecía inédito hasta su publicación en nuestro país.
Cuándo ya tenía escrito el presente artículo y guiado por mi interés en las expediciones etnográficas que Machón desarrollara tanto en Patagonia como en Misiones, localicé un pequeño trabajo “A travers la Patagonie: Le Lac mystérieux, le pays maudit (resumé)” publicado en Le Globe. Revista Genevoise géographie, tomo 32, de 1893. Síntesis de la presentación que el doctor Machón realizara los días 13 y 14 de junio del mismo año, y dónde reseña el viaje y presenta los materiales recolectados y llevados a Suiza para su exposición. Me alegró coincidir con la apreciación del doctor Machón en el título de su ponencia y mi referencia al gran naturalista Darwin que utilicé en tierras del Neuquén sin conocer todavía ese trabajo.
“Más allá del Colorado está la Patagonia”. Frase del libro del 8 de Marzo de 1892.
Eduardo J. Rebord, Zapala, Setiembre de 2020
Más Neuquén es una publicación declarada de interés por el Congreso de la Nación (355-D-20 y 1392-D-2021 / OD 391) y la Legislatura del Neuquén (2373/18), por su aporte al conocimiento e historia del Neuquén.
Bibliografía: “Patagonia 1892” de Jorge Francisco Machón y Francisco Juárez, de editorial Dunken, 2013.
¿Te gusta la historia neuquina? ¿Tenés algo que contar o compartir y querés colaborar con Más Neuquén? Entonces hacé Click Aquí
También podés ayudarnos compartiendo este artículo en las redes sociales.