Las largas distancias, la falta de caminos seguros y la precariedad -cuando no ausencia- de medios de comunicación en un territorio escasamente poblado, no hacían más que aumentar el desamparo, sumado a un clima siempre hostil, que aumentaba la sensación de infinita soledad en “tierras de nadie”. En este contexto, los rumores sobre la presencia de individuos eventualmente armados generaban alarma desmedida acerca de sus desconocidas intenciones.
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Quienes encontraron la muerte a manos policiales eran hombres “marcados”. Y en ocasiones, las balas policiales llegaron sin haber habido un aviso previo. Así ocurrió con los hermanos Vázquez, Diego y Herodes, en octubre de 1934, en proximidades de Villa Traful. Ambos cargaban con un largo listado de delitos contra la propiedad. También habían sido acusados por homicidios y desacato a la autoridad policial. Diego, el mayor de los dos, argentino y de “profesión ganadero”, tenía un largo historial delictivo. Había nacido en 1895 y siendo muy joven había sufrido su primera detención por robo, en 1913. Le siguieron otros períodos de cárcel, por homicidio, una acusación por encubrimiento del mismo delito, otras cuatro bajo la imputación de hurto y una más por desacato. En cambio, Herodes Vázquez había sido acusado sólo en cuatro oportunidades, por delitos menores: lesiones, hurto y encubrimiento, también de hurto cometido en banda. Ninguno de los dos hermanos tenía buen trato con la policía del lugar ni con la de San Martín de los Andes. Y aún más, no parecían ser sujetos “mansos”, “…están acostumbrados a comerse a los agentes que vienen aquí.”
El motivo que los llevó a la muerte parece haber sido el hartazgo policial por esos tratos dispensados a la autoridad. La policía había intentado sin éxito desalojar a ambos del campo que ocupaban junto a su padre. Fue después de hacer unas ventas de cueros vacunos en el boliche La Lipela, que Herodes “hizo chimar a un agente”. Cuando éste lo interrogó sobre la procedencia de esos productos, se negó a darle la información exigida y arremetió contra el policía diciéndole “a mi no me van a detener perros” (en la jerga, perro = policía). Según el testimonio policial, el agente fue agredido con golpes de rebenque. Frente a estos hechos, tres uniformados deciden ir a su “real” o enramada, un lugar apenas habitable hecho con toldos, ramas y otros elementos rústicos. La comisión policial arribó durante la noche, seguramente para “madrugar” a los Vázquez. A horas de la prepotente réplica de Herodes al agente, los compañeros de éste llegaron acompañados por dos vecinos para que atestiguaran un eventual desacato. Los hermanos fueron sorprendidos por la partida policial, que intentó su detención. Herodes fue el primero en resistir al arresto. Echando mano a un asador golpeó en la cabeza al policía que se había adelantado que, aunque turbado por el golpe, logró desenfundar su revólver. Mientras tanto, otros dos policías, al grito de “¡fuego!”, también sacaron sus armas y dispararon sobre el menor de los Vázquez. En la oscuridad, Diego se sumó a la pelea: tomó su Winchester y alcanzó a tirar a ciegas sobre los cuerpos. En respuesta, recibió los disparos que produjeron su muerte inmediata. El tiroteo fue de corta duración. Cuando amaneció, apenas cinco vainas se recogieron en el lugar de los hechos.
A Herodes una sola bala le produjo la herida mortal. En cambio, el cuerpo de Diego recibió tres disparos, aunque sólo uno, según el parte médico, le causó la muerte. El padre, que vivía en un real contiguo, se sobresaltó al escuchar los disparos. Sabiendo que procedían del lugar donde pernoctaban sus hijos, allí se dirigió. A la vista de los uniformados, alcanzó a empuñar la carabina de su hijo muerto, pero no llegó a disparar ya que uno de los agentes le propinó un fuerte golpe con su arma larga. Fue detenido y luego liberado. Vázquez padre, de setenta años, y su mujer fueron desalojados del campo que ocupaban en forma precaria, en forzado destierro, agregando una instancia más a la cadena de represalias, que descargaba esta vez en los padres el oprobio de los hijos.
Estos hechos muestran hasta dónde la policía estaba dispuesta a sostener un combate frontal contra el bandidismo, aunque para ello debía contar con superioridad en medios y hombres. Y con la muerte de los Vázquez, así como de tantos otros, supo tener la ventaja. También ocurrió con Evans y Williams, Elena Greenhill, Pedro Gutiérrez y los ocho evadidos en Zainuco.
Más Neuquén es una publicación declarada de interés por el Congreso de la Nación (355-D-20 y 1392-D-2021 / OD 391) y la Legislatura del Neuquén (2373/18), por su aporte al conocimiento e historia del Neuquén.
Fragmento extraído de “Tiempo de violencia en la Patagonia: bandidos, policias y jueces : 1890-1940”, de Gabriel Rafart. Capítulo: “El temor al bandido, persecusión y muerte”.
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