En el viaje por Latinoamérica que hicieron Ernesto Guevara y su amigo Alberto Granados, llegaron a San Martín de los Andes cuando eran dos muchachitos desconocidos. Quien se transformó en el “Che” con el paso de los años, escribió sus aventuras en un cuaderno que se publicó mucho después y dio argumento a varias películas.
Hicieron el viaje en una moto a la que bautizaron “La poderosa”. Este vehículo de dos ruedas se hizo tan famoso que de vez en cuando en algún lugar de América aparecen los despojos de alguna moto con alguien que asevera que es la usada por los viajeros. Inclusive una bodega de San Patricio del Chañar elabora varios vinos con la etiqueta “La poderosa”.
En las notas figuran algunas páginas dedicadas al pueblo cordillerano porque pernoctaron en el galponcito del Parque Nacional Lanín donde se guardaba el forraje para los caballos: la Pastera.
Allí don Pedro Olate, empleado de la repartición, les permitió dormir en el entretecho donde estaban los fardos de pasto. El gesto los favoreció porque la intemperie de noche no les hacía bien, sobre todo a Guevara que era asmático. Él lo describe como “un gordo bonachón” y los vecinos lo recuerdan como la buena persona que se encargaba de organizar las reuniones gastronómicas con que se agasajaba a las visitas en aquellos años. También porque tenía un cachorro de puma que a los chicos los atraía y generaba temor al mismo tiempo.
Guevara y Granados alternaron con Olate y le contaron que andaban escasos de dinero. Don Pedro, confirmando la fama de generoso que se había granjeado, les sugirió ganarse unos pesos trabajando como ayudantes durante un asado que se haría en esos días; una propina pero que a ellos les vendría muy bien. Aceptaron gustosos y se garantizaron buena comida como Ernesto cuenta en sus notas.
También relata en el diario las artimañas que él y su compañero hicieron, para apropiarse de una damajuana de vino y cómo fueron descubiertos sin recibir sanción alguna porque los organizadores tomaron el asunto como una travesura de muchachos. El encargado de pagarles por aquella changuita fue Adolfo Pendón.
El singular vendedor de billetes
Pendón había llegado a la Patagonia en los años ’20, proveniente de Berisso, donde su familia tenía una ferretería. Vivió varios años en Bariloche y allí tuvo la peluquería “España” en la que alternaba su oficio con la venta de billetes de lotería. Algunos comentarios mencionan que se estableció en el sur huyendo de una muerte ocurrida en su lugar de procedencia, que lo afectaba mucho. Se ignora a ciencia cierta por qué emigró, pero se sabe que enseguida se ganó la consideración de quienes lo trataron.
En Mitre y Rolando de esa ciudad estaba el Bar Central donde paraba Adolfo Pendón y vendía sus loterías. En ese bar se jugaba a los naipes en los años ’60 según contaba Ricardo Vallmitjana, quien agregaba que “en el primer piso del edificio vivía Pendón. Era un espacio independiente del bar, él solía estar bien vestido pero era estrepitoso en los colores que usaba. Recorría las calles caminando y una vez que ganó un premio compró juguetes para los lustrabotas y los chicos humildes”. Ricardo es historiador, autor de varios libros, e hijo del reconocido fotógrafo Augusto Vallmitjana que documentó vida y costumbres de Bariloche con magníficas imágenes.
Una publicación periodística cita que en 1938 Pendón acompañó a Buenos Aires a Inés Netarriaga, una niña huérfana que necesitaba hacer un tratamiento en el Hospital Santa Lucía. Desde la Capital mandaba telegramas a Bariloche contando la evolución de la muchachita. Por gestos como ese, el peluquero era una persona muy estimada.
Francisco N. Juárez, quien lo entrevistó cuando ya era una persona mayor, en el café Carlos Gardel de Bariloche, dice: “Sobrellevaba un problema genético y lucía pálida su piel quebradiza y leía todos los relatos patagónicos. Tenía un alma generosa pero un aspecto que confundía”.
Quienes lo conocieron lo recuerdan alegre, solidario y corpulento, con cabellera rizada bastante larga para lo que se usaba entonces. También señalan que su robustez tenía ciertas características femeninas que disimulaba vistiendo ropa de gaucho, con camisas grandes y pañuelo al cuello. El Dr. Luis Núñez, recordado médico sanmartinense, dijo alguna vez: “la naturaleza le jugó una mala pasada al pobre Pendón”, contaba su hija Ana María.
Unos años después, se estableció en San Martín de los Andes y abrió una peluquería con el mismo nombre que en Bariloche, sobre la calle San Martín, donde también vendía billetes de lotería.
Luego de algunos años retornó a Bariloche donde, siendo mayor, llegó a comentar con amargura esa mala jugarreta del destino que lo había condenado a ser mirado con desconfianza por quienes no lo conocían. A pesar de ese trastorno era alegre y ganó el aprecio de mucha gente por su bonhomía.
Con la indumentaria de gaucho actuó como extra en una película que se filmó en la Patagonia. También alegraba los bailes de carnaval que se hacían en Bariloche y en San Martín de los Andes, disfrazado de bailarina flamenca, con peinetón y vestido de lunares con volados, tocando las castañuelas
Lo que escribió Ernesto Guevara
En los años que el peluquero vivió en San Martín de los Andes ocurrió la visita de Guevara y Granados, que se alojaron precariamente en el galponcito que hoy es La Pastera-Museo del Che.
Volviendo al encuentro entre los dos viajeros y al asado donde colaboraron, escribió en su diario de viaje quien con los años se convertiría en el famoso guerrillero: “mandaba la batuta un personaje rarísimo a quien yo daba con todo respeto el título de señora, cada vez que le dirigía la palabra, hasta que uno de los comensales me dijo: ‘Che pibe no cargués tan fuerte a don Pendón que se puede cabriar’ -¿Quién es Pendón? dije haciendo con los dedos ese interrogante del que dicen que es mala educación. La respuesta: don Pendón era ‘la señora’. Me dejó frío, pero por poco tiempo”.
Don Carlos Lozada Acuña que fue Intendente del Parque Nacional Lanín, contaba que fue el peluquero el encargado de pagar a los desconocidos viajeros de entonces, el dinero que ganaron como ayudantes en el asado.
Queda claro que el benévolo vendedor de billetes, dejó pasar el comentario del muchachito que con el paso del tiempo sería una de las personalidades más conocidas y controvertidas de su tiempo, dentro y fuera de nuestro país: el Che Guevara.
En una oportunidad insistió para que compraran un cupón del entero de lotería a los empleados del Banco de la Nación sucursal sanmartinense, para probar suerte en el próximo sorteo. Como no estaban muy convencidos, para que se decidieran, él mismo participó con una parte de esa compra. El billete resultó premiado y cuando cada uno recibió su parte del dinero, Pendón destinó el suyo a la adquisición de bicicletas que regaló a chicos humildes.
Mario Muglia recuerda que en carnaval, de niño se reunía con otros chicos a esperar al vendedor de loterías y cuando lo veían llegar daban la voz de alerta: “Ahí viene Pendón! ahí viene Pendón!”, gritaban, porque cuando él llegaba empezaba la fiesta.
“Siempre tenía una ocurrencia”, solía contar Beatriz Barbich de Gingins, otra vecina de San Martín de los Andes. Organizaba carreras de embolsados, regalaba caramelos a los chicos, improvisaba diversiones en la plaza Sarmiento y con frecuencia era el anfitrión para los artistas y elencos de circo que llegaban al pueblo.
“Tenía un corazón de oro” decía la maestra Elba Piñero de Hassler y la bibliotecaria Maclovia Torres señala: “Acostumbraba a retirar libros de la biblioteca popular 9 de Julio, tenía conversación agradable, leía mucho y era una persona muy educada”.
Como se dijo, años después Pendón se mudó nuevamente a Bariloche donde se instaló en pleno centro para trabajar en lo suyo. Allí fue enfocado por la cámara de Augusto Vallmitjana, y, gracias a su hijo Ricardo, la periodista que esto escribe divulgó por primera vez la imagen (la única encontrada hasta hoy) donde se ve claramente el rostro y la cabellera que recuerdan los vecinos. Era una imagen buscada porque lo peculiar de su figura determinó que el “Che” lo mencionara en sus andanzas por el sur neuquino.
Es probable que su aspecto confundiera, pero él había convertido la desventaja del mal congénito que lo había condenado a vivir en soledad -imposibilitado de formar una familia- en un recurso para compartir la diversión inocente del carnaval que, quienes lo conocieron, evocan como un recuerdo entrañable.
Ana María de Mena (anamariademena@gmail.com)
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Artículo escrito por Ana María de Mena para Más Neuquén
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